La Rosaleda hace florecer al Málaga

El 14 de septiembre de 1941, el fútbol malagueño presentaba ante el mundo su nueva casa. En el paseo Martiricos, a orillas del río Guadalmedina, afloraba La Rosaleda. El pequeño estadio, construido con el recuerdo del histórico Baños del Carmen aún muy presente, se convirtió en el nuevo estadio del CD Málaga; un humilde equipo que portaba con orgullo el nombre de la ciudad costasoleña por todos los rincones del territorio nacional. Aquella tarde veraniega, el nuevo feudo blanquiazul abría sus puertas para acoger un partido amistoso contra el Sevilla FC. El tres a dos que reflejaba el marcador final a favor de los locales, marcaría el inicio de una etapa repleta de éxitos para el fútbol malagueño . Icónicos momentos que ya han pasado a formar parte de la historia viva de La Rosaleda, como el mundial del 82 o las mágicas noches europeas. Ochenta años después, el estadio sigue luciendo tan resplandeciente como el primer día en el paseo de Martiricos, donde cada fin de semana, miles de almas blanquiazules se dan cita para animar al equipo de sus amores. El lugar donde una vez germinó una colorida y exuberante plantación de rosas, se ha convertido en un inexpugnable fortín, donde comienzan a brotar las raíces de un equipo que trata de arraigarse en la categoría de plata, para comenzar a sentar las bases de su posterior crecimiento. La Rosaleda hace florecer al Málaga.
Como en casa, en ningún sitio
El regreso paulatino del público a los estadios ha sido la nota positiva en el inicio de la temporada malaguista. El equipo de José Alberto parecía notar en exceso la ausencia de su afición que, en los últimos años, se había convertido en una de sus mejores bazas. El aliento procedente de las miles de gargantas blanquiazules que cantan en La Rosaleda al unísono, es como un fuerte vendaval que impulsa al equipo local y arrasa con el contrario. Cerca de los suyos, el Málaga se erige como un equipo solvente y dominador en todas sus líneas. En ataque, es letal, y en defensa, una fortaleza inquebrantable. Apenas dejan resquicios. Cuatro hombres alineados en la zaga que, ante los ojos del rival, parecen un compacto muro de hormigón imposible de derribar. En Miranda de Ebro, Alcorcón, Girona y Fuenlabrada, ya saben que, para ganar en tierras malacitanas, hace falta algo más que un ejército cualificado. Hasta el momento, nadie ha podido conquistar La Rosaleda.
El equipo blanquiazul ocupa un lugar privilegiado junto a Ponferradina, Sporting, Las Palmas, Almería, Ibiza, Oviedo y Amorebieta, como únicos equipos que no saben lo que es perder como local. Pero el Málaga es el único conjunto de la categoría de plata que aún no ha encajado gol en su estadio. Diez puntos cosechados de doce posibles convierten al equipo costasoleño en el cuarto mejor local de La Liga Smartbank. Este dato se contrapone con los resultados recabados lejos de La Rosaleda, donde la maquinaria blanquiazul no termina de carburar. El león feroz e indomable desaparece, para dar paso a la figura de un gatito tímido e inofensivo; y la férrea defensa se corroe hasta adquirir la forma de una capa frágil y gelatinosa, que se muestra excesivamente vulnerable ante las incesantes acometidas rivales. Tres derrotas y un empate en cuatro partidos certifican un inicio desastroso que coloca al Málaga como el peor visitante de la tabla clasificatoria.
Esta dinámica negativa se sitúa como una de las principales tareas a corregir para José Alberto, quien no ha dudado en expresar su descontento ante los medios. “Fuera de casa tenemos que ganar en solidez, consistencia y que sea como el que se ve en La Rosaleda. Preparamos igual los partidos, sólo cambia el escenario” respondía el técnico asturiano cuando le preguntaban por esta cuestión. Lo que parece claro es que como en casa, en ningún sitio.
Resiliencia blanquiazul
La peor noticia para el Málaga trascendió más allá de los terrenos de juego. La semana pasada, Luis Muñoz se vio obligado a retirarse de una sesión de entrenamiento, a causa de una inoportuna lesión en su rodilla izquierda. Los peores pronósticos terminaron por cumplirse: rotura de ligamento curzado. Una de las lesiones más graves que puede sufrir un futbolista. El malagueño será baja para lo que resta de temporada. Una baja muy sensible para los planes de José Alberto, que deberá saber reinventarse para cubrir la ausencia del que posiblemente sea el futbolista más destacado del plantel boquerón. Luis Muñoz era la pieza angular de la medular malacitana, el eje sobre el que giraba el juego del equipo. Todas las transiciones pasaban por las botas del ‘8’. Pero si hay algo por lo que el Málaga ha destacado en los últimos años, es por su admirable capacidad para afrontar situaciones complicadas y encontrar la fuerza para seguir adelante.
El partido contra el Fuenlabrada fue el primer partido de la temporada sin Luis Muñoz, y no solo eso. Su compañero en el doble pivote, Alberto Escassi, tampoco estaría presente debido a su expulsión en la jornada anterior. El centro del campo perdía a sus dos grandes baluartes que, hasta ahora, habían sido titulares indiscutibles. José Alberto decidió apostar por Ramón Enríquez, canterano, aunque ya consolidado en el primer equipo; y Genaro Rodríguez, el ex del Mirandés que hasta entonces no contaba con demasiados minutos a sus espaldas. En la posición de enganche colocó a Jozabed, quien encontró la libertad necesaria para desarrollar todo el fútbol que atesora, y no desaprovechó la oportunidad. El de Mairena del Alcor dio un paso al frente, y se mostró como la referencia del equipo blanquiazul en todo momento. Participativo, ofreciendo apoyo constante a sus compañeros y asomándose al balcón del área con frecuencia para combinar con los delanteros o como una alternativa más en ataque. Jozabed brilló con luz propia. El experimento en el doble pivote también salió a las mil maravillas.
La actuación de Ramón en el centro del campo fue digna de reproducir en bucle en las escuelas de fútbol. El pulpo de Órgiva, como bien podría llamarse, resultó determinante en la construcción del juego malaguista, especialmente, en las transiciones defensa-ataque. Repartió pases con una precisión de 90%. Sus tentáculos parecían inabarcables. Genaro, por su parte, mostró un nivel excelso. Quizás su partido no acaparó la atención de los focos, pero su labor realizada en las ‘tareas sucias’ resultó vital. El ex del Mirandés hizo gala de un físico imponente; rocoso en defensa, el juego aéreo pareció convertirse en su gran especialidad. Pero, dejando ahora de lado las individualidades, el equipo en su conjunto estuvo a la altura y, aún sin la presencia de un jugador tan importante sobre el verde como es Luis Muñoz, demostró que la vida sigue. Más importante aún, han sabido sobreponerse para hacerse más fuertes. Resiliencia le llaman. Marca de la casa. El aficionado malaguista puede estar tranquilo.
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