Rubén Castro, un tiburón insaciable

Voraz, hambriento y feroz. Rubén Castro supera ya la cuarentena y sin embargo no guarda dicho aislamiento cuando hablamos de gol. Se agotan los adjetivos para definir a un género de delantero en especie de extinción, una especie de futbolista única e inimitable. Es, sin duda, un tiburón del área. Y es que en ella no hace prisioneros, sino que se alimenta de sus víctimas que, una vez atrapadas, tienen imposible la huida.
Es inevitable. Citar gol traslada automáticamente a nombres ligados a él que actúan como sinónimos. La mente funciona así, asocia conceptos o situaciones estrechamente ligadas de tal forma que prácticamente funden su significado. Así que se convierte en un proceso automático hablar de gol y trasladar la mente a un nombre que ha vivido de él media vida: Rubén Castro.
Un tiburón nacido para cazar
No es el jugador canario un prodigio de la técnica. No, él no precisa de demostraciones banales ni muestra interés alguno en perpetrar sus cualidades para la eternidad. Al menos no aquellas que no conduzcan al gol por el camino más corto. No domina esos registros de cara a la galería, seguramente porque ello le desviaría de su único objetivo y su mayor virtud: el fin último del juego. El gol, alcanzado generalmente por la vía rápida, la del remate. El arte de cazar, con sus múltiples estrategias pero con la brújula perfectamente configurada. Pocos toques, un destino inequívoco.
Más de 300 goles en su trayectoria profesional avalan la tesis que dibuja a un futbolista nacido para cazar. Unas cifras que le colocan en el Olimpo, haciendo compañía a los mejores goleadores de la historia de nuestro fútbol, aunque seguramente con un estilo diametralmente opuesto al de sus compañeros de retiro en el Monte de los Dioses. Conciso, certero y breve. Desmarque, remate y gol. Rechace, colocación y a la jaula. Libre directo preciso y a la red. Penalti ejecutado con la sencillez del que disfruta de una pachanga en la playa. Ese es él.
Una voracidad… ¿eterna?
Ese perfecto dominio de la profesión de goleador es el que lleva al “tiburón” a pulverizar registros, a continuar superando desafíos y estableciendo marcas imposibles de superar. Ese insuperable conocimiento de cada registro musical que eleva cada partitura a la categoría de sinfonía futbolística le mantiene en la élite y con sus capacidades intactas. Qué delicia, que privilegio el de poder disfrutar de un especialista de tal calibre.
Un espectáculo intenso que se representa cada fin de semana en un Estadio, aunque la mayoría de ellos en Cartagena, al calor del Cartagonova que es el escenario en el que, al parecer, podrán disfrutar de sus últimas notas. De esas clases finales con aroma a despedida aunque con la riqueza de una experiencia adquirida que le convierte en eminencia. En Leyenda. A estas alturas, no podemos descifrar si la voracidad de Rubén Castro es o será eterna. Es algo que tan sólo él conoce. Pero lo que sí podemos hacer es sentarnos cada semana, cada partido, a disfrutar de él como si fuese la última vez. Porque antes de que nos demos cuenta lo será y entonces, tan sólo entonces, nos daremos cuenta de lo privilegiados que fuimos.
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