Ager Aketxe, la madurez de la clase

Ager Aketxe fue siempre un futbolista que entró por el ángulo bueno de la retina. Uno de esos a los que, según observas sobre el verde, notas que dentro lleva algo diferente, inusual y original. Fuera de lo común y, por ende, extraordinario. El caso es que la carrera del futbolista bilbaíno se ha desarrollado envuelta en ese “sí, pero no” en el cual siempre pareció ser mucho más de lo que terminó siendo. Y, cuando eso ocurre, queda una sensación de vacío y desazón; ya saben, esa que se siente cuando esperas el espectáculo de fuegos artificiales y, en el último momento, aparece la tormenta de verano. Cuanto prometía la noche y que cerca estuvimos de disfrutarla. Sin embargo, no se dio.
Y así, año tras año, temporada tras temporada, el bueno de Ager está cerca de alcanzar los 29. Athletic, Cádiz, Deportivo, Almería y ahora Éibar confiaron en un futbolista potencialmente bárbaro. Con una calidad superior a lo habitual; su golpeo inconfundible y su especialidad, el balón parado, hacían de Aketxe un arma prácticamente letal a poco que consiguiese involucrarse mínimamente en el factor colectivo. En este, casi siempre estuvo lejos del mínimo esperado; quizá en A Coruña disfrutaron de su versión más cercana al notable en ese registro y, sin embargo, coincidió con la temporada del descenso al infierno de los deportivistas. La continuidad y la incidencia en el juego, tanto ofensivo como defensivo, ha terminado por resultar el talón de Aquiles de un mediapunta de altos vuelos. Ya casi nadie confiaba en encontrar una versión potente del 10, pero en Ipurúa empiezan a frotarse los ojos con un rendimiento inesperado a estas alturas. ¿Será este el momento de Ager?
Aketxe o el ojo que todo lo ve
Y es que la pasada temporada tampoco en el conjunto armero logró engancharse al equipo, a la continuidad. Apariciones esporádicas, algún detalle de calidad, aisladas apariciones en ‘highlights’ por obra y gracia de algún gol teñido con su estratosférico golpeo. Sí, una temporada más en la monótona carrera de un Aketxe que seguía ofreciendo un rendimiento muy por debajo de las condiciones que siempre se le adivinaron. A la sombra de talentos como los de Edu Expósito o Álex Muñoz, quizá de menor altura estética, aunque a todas luces superiores en cuanto a rendimiento. La noche y el día.
Esta temporada se vislumbraba como una más que descontar en la carrera de un futbolista cada vez venido a menos. Sin embargo, quizá por la ausencia de una figura gigante que le hiciese sombra; tal vez por haber encontrado su hábitat y estabilidad cerca de su tierra, al calor de su gente; o, quien sabe si por una madurez tardía, el caso es que el inicio de campaña del mediapunta con la SD Éibar al fin parece encontrarse cerca de las eternas promesas que su figura han desprendido. Ager, al fin, agrega recursos y registros de importancia colectiva a esa clase resplandeciente que desprende. La cruz de guía del nuevo Éibar, el ojo que todo lo ve.
El rey de las asistencias de la categoría
Para muestra, un botón. Tras la disputa de siete encuentros, el mago vasco alcanza ya las seis asistencias de gol. La media se sitúa cerquísima de la unidad por encuentro y esto es un signo inequívoco de la conexión del mediapunta con el juego del equipo. La incidencia de Ager vuelve a ser mayor, se convierte en el enlace entre el mediocampo y la delantera y ve, por fin, el fútbol con la clarividencia que su clase siempre evidenció. Aketxe ha encontrado la conexión con sus compañeros y prácticamente todo el frente de ataque se beneficia de esa complicidad.
Gustavo Blanco Leschuk ha sido el más beneficiado de la evolución del futbolista vasco, elevando sus cifras anotadoras respecto a la pasada temporada en un inicio de temporada que mejora sus registros de manera evidente. Pero también otros jugadores como Stoichkov, totalmente aliado con el gol, encuentran en la asociación con el número 10 una plusvalía a su rendimiento. En definitiva, en estas primeras jornadas de la temporada 22-23 hemos podido detectar a un Ager Aketxe más involucrado en el juego, de mayor capacidad asociativa, continuidad en el juego y complicidad no sólo con sus compañeros, sino también con la armonía del juego del equipo. Y eso, en un jugador de su talento, es realmente prometedor.
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