El fútbol se despide de un hombre de valores. De uno de esos futbolistas que nunca necesitó hacer ruido para dejar huella. Vicente Iborra ha dicho adiós. Lo ha hecho como vivió su carrera: con el corazón por delante y la humildad como bandera. En una rueda de prensa que desbordó emoción, el capitán cerró su etapa como jugador con palabras que estremecieron a todo el levantinismo… Y mucho más allá.
Porque Iborra no solo habló de fútbol. Habló de vida. De dolor. De amor. Y de lo invisible que le acompañó en cada paso sobre el verde del Ciutat de València. El momento más sobrecogedor llegó cuando confesó que las cenizas de su hija, fallecida en 2011 tras nacer de forma prematura, descansan en el césped del estadio granota. «Cada vez que pisaba este campo, sentía que ella estaba conmigo», reveló entre lágrimas. Fue entonces cuando el silencio se hizo sagrado.
El centrocampista valenciano, de 37 años, cierra una trayectoria que se extendió durante casi dos décadas. Desde su debut con el Levante hasta su paso por Sevilla, Villarreal o Leicester City. Iborra siempre fue sinónimo de compromiso, jerarquía silenciosa y fútbol de verdad. Volvió a casa para liderar un nuevo sueño. Y contribuyó de forma decisiva al reciente ascenso a Primera División del club de su vida.
Más allá de los títulos, los ascensos o las cifras, Iborra se marcha con el respeto de todos. Compañeros, rivales y entrenadores coinciden en definirlo como un ejemplo. Dentro y fuera del campo. Su adiós no deja solo un vacío deportivo. También humano, en un vestuario que durante años encontró en él un faro.
En su última comparecencia, no faltaron los agradecimientos. A los clubes, a los cuerpos técnicos, a su familia… Y, sobre todo, a una afición que le arropó como a uno de los suyos. Pero, por encima de todo, el mensaje fue íntimo, visceral. Iborra recordó lo más duro que le tocó vivir. Y cómo el fútbol, y su gente, le ayudaron a seguir adelante. No fue solo un adiós. Fue una lección de amor eterno.
«imaginaos cada minuto y cada partido que yo he jugado en el Ciutat lo que significaba para mí»
Vicente Iborra, en el acto de su retirada del fútbol
Ahora, el fútbol pierde a un jugador. Pero gana el recuerdo imborrable de una figura que convirtió el césped en altar. Allí, donde su hija le acompañó en cada jugada. Allí, donde Iborra siempre fue mucho más que un futbolista.
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