Si se tira una moneda hacia arriba en Cádiz, solo terminará cayendo en cruz. Porque de cara no le sale nada a los de Paco López. Ni siquiera un lanzamiento al azar con cincuenta por ciento de posibilidad. Hasta ahora, la estabilidad del equipo- si es que acaso en algún momento hubo alguna- se estaba manteniendo por una versión visitante tan espectacular como frágil. Y es que, como cualquier cosa que carece de una buena consistencia, tiene fecha de caducidad.
El extraordinario balance cosechado fuera de casa ha terminado de romperse para dejar al descubierto a un equipo completamente desnudo y desprovisto. Incapaz e inoperante. Un equipo que, en casa, tampoco ha encontrado aún la solución a una situación desoladora, en la que cada vez queda menos espacio disponible para el optimismo y la ilusión.
Las secuelas del descenso
Los pocos brotes verdes que tenía el Cádiz hasta ahora, han terminado siendo arrasados por una tormenta que arranca todo a su imponente paso. Un trauma creado tras el descenso de la temporada pasada que no han terminado de superar. O una losa psicológica- que es como la llaman ahora-, que le hace mostrarse en completa vulnerabilidad ante prácticamente cualquiera. Un equipo medio hecho es capaz de plantarle cara. Mientras que un equipo que ya no solo tiene unas bases sólidas, sino que además está bien compensado en todas sus líneas, es capaz de causar un auténtico genocidio amarillo.
Ocurrió el pasado viernes ante el Huesca, donde si bien se notaron pinceladas positivas como el reencuentro de Sobrino con el gol o la aparición de un Brian Ocampo mucho más enchufado que en otras ocasiones, terminaron siendo totalmente deslucidas por el rendimiento desastroso de todo un colectivo que demuestra haber tocado fondo.
Demasiadas dudas para tan pocas certezas
Un equipo que, si hasta ahora se estaba sosteniendo en pie, era tan solo por la presión ejercida por dos pilares fundamentales que, en El Alcoraz, terminaron de ceder hasta derrumbarse en incontables pedazos: Chris Ramos y Rubén Alcaraz. Los remates del primero, que estaban siendo un seguro de vida, no terminaron de conectar. Tampoco los penaltis del ‘cuatro’ que, si antes respondían a una probabilidad altísima de acierto, ahora se comienza a dudar de lo que parecía una certeza absoluta sin discusión.
Porque, aunque tan solo fue un fallo aislado de Rubén Alcaraz desde los once metros, o una noche menos inspirada para Chris Ramos como podría tenerla cualquier delantero, lo cierto es que ahora desde el entorno inseguro del Cádiz todo se cuestiona y nada se da por sentado.
Paco López, en el centro de la diana
Ni siquiera la continuidad en el banquillo de Paco López. El mismo que hace tan solo cuatro meses puso una pizca de ilusión a un verano de lo más decepcionante, junto a la renovación de Víctor Chust. Parecía el candidato ideal. El galán deslumbrante y apuesto que cualquier madre desearía para su hija. Un hechicero con la pócima de la fortuna infinita que, pasadas ocho semanas de competición, ha ido perdiendo todo carácter místico para dar lugar a una metodología nula y previsible que acaba siempre- o casi siempre- en derrota amarilla.
El rival cede la iniciativa al Cádiz que, con la defensa adelantada, sufre de manera mortal ante las situaciones de contraataque. Huele la sangre y ataca donde más duele. Un ‘modus operandi’ habitual que detectó el Real Zaragoza en el estreno de la temporada en el Nuevo Mirandilla y que solo han conseguido perfeccionar los demás.
Desde entonces, el remedio para el Cádiz no se ha encontrado por lo que, si este coche continúa recto hasta un muro de hormigón sin pronto desviarse, la destitución de Paco López podría responder a una cuestión de poco tiempo. Aun así, continuará al menos hasta el próximo partido contra el Málaga CF en casa. Manuel Vizcaíno, después de todo, acostumbra a confiar en los entrenadores hasta el final. A estirar el chicle hasta desafiar las leyes de la física.
Ya lo hizo con Álvaro Cervera, también con Sergio González y, de forma más reciente, con Mauricio Pellegrino. Lo hace por una cuestión de confianza o ,al menos, es lo que parece en una primera e ilusionar impresión; porque quizás, simplemente, es que Paco López, como sus antecesores, sirve de diana fácil de apuntar. Un escudo fiable para ocultar una planificación deportiva desastrosa, como siempre, en realidad.