La cosa no va de nombres en Segunda División. Ni tan siquiera de alguien tan potente como Chris Ramos. El mérito del tiempo presente tumba a cualquier posición de privilegio concedida por un brillante pasado, mientras que la utilidad práctica prima sobre el prestigio de relumbrón. Y menos mal. Si todo estuviera tan escalonado, tan basado en un orden en el que la previsibilidad jugara un papel más importante incluso que el propio balón sobre el campo, se perdería la naturaleza y la magia de una competición en la que siempre hay lugar para una torcedura más en el guión.
Se acabaría con las hazañas imposibles como la conquista del humilde Eibar hace ya cosa de una década, el ascenso histórico de un Córdoba que tocó el cielo con la misma punta de los dedos, o las permanencias encadenadas por un pesado carro llamado Mirandés, que continúa llegando hasta tierra firme temporada tras temporada a lomos de la juventud.
Las grandes dificultades de los nuevos en Segunda
Los cuatro ascendidos desde Primera RFEF conocerían, desde el momento en que pisaran la cumbre, su fatídico destino; mientras que los tres caídos desde Primera División, podrían recostarse con regocijo ante la seguridad de saber que tendrían el billete de regreso tan solo estirando la palma de la mano, pero no… no es así. Bien lo sabe Chris Ramos. El complicado proceso de adaptación a una categoría tan exigente como es la Segunda División, hace que cualquier equipo compacto sobre la base, termine resquebrajándose mediante sucesivos tropiezos.
Esta temporada, está siendo el caso del Granada CF o la UD Almería, equipos llamados a liderar la carrera que, de momento, no terminan de despegar. O el Cádiz CF, que atraviesa una crisis interna difícil de remediar. La única forma de recomponerse, de reparar esas grietas, es a través del esfuerzo sobre el campo: luchar con los puños en alto, con el alma. Sin esperar honores o exenciones. Sin esperar no despeinarse entre tanta competitividad feroz donde, a veces, derramar sangre, sudor y lágrimas no es suficiente.
Puro músculo para tirar de la balanza
Chris Ramos es un delantero de condiciones excelsas. En Primera, ya era una pieza codiciada, mientras que ahora en Segunda, es cuanto menos un factor diferencial. Un clavo ardiendo al que agarrarse. Un motivo de peso para soñar en grande. Pero la falta alarmante de puntería que atraviesa desde hace tiempo atrás, le ha roído progresivamente la moral.
Hasta el punto de que el elevado cartel con el que se presentó en su regreso a la categoría, tan solo le ha servido para sumar una presión añadida difícil de gestionar. Para ver como el nivel del agua subía cada vez un poquito más, amenazando con ahogarle en la frustración. En dirigirle hasta un callejón de difícil salida.
Ocasiones fallidas que han terminado por desgastar ese peldaño elevado sobre el que contemplaba todo a su alrededor cuando puso los pies sobre la enorme planicie de la Segunda División. Han terminado por hacerle perder esas habilidades especiales que, en nuestro imaginario, le habíamos otorgado como si se tratase de un videojuego, utilizando como única referencia un pasado de gloria que no se valora en absoluto para opositar a una posición tan complicada como es la del ascenso a Primera.
Personalidad en los momentos más delicados
El espigado delantero gaditano, sin embargo, ha continuado remando pese a la fuerza de la corriente en contra. Ha seguido intentando, en cada oportunidad de la que ha dispuesto, sacudirse esa incómoda presión de encima. No solo aprovechando las creaciones de los demás, sino fabricándolas con sus propias manos.
No solo metiendo la cabeza o la puntera de la bota para introducir la bola en la red como cualquier delantero de área. Sino peleando cada duelo, buscando desmarques constantemente e inventando remates imposibles que, a veces, se convierten en realidad para premiar ese esfuerzo depositado. Como ocurrió de forma reciente en Castalia donde, aquí sí, la lógica se terminó imponiendo a la sorpresa. Y Chris Ramos emergió como figura.
Chris Ramos recoge la recompensa
Lo razonable primó por encima de lo inesperado. El teórico vencedor derrotó al menos favorito. Pero no por nombre, tampoco por caché. Menos aún por algún tipo de correspondencia o privilegio concedido. Lo hizo por puro merecimiento. Puro músculo para tirar de una balanza que, si terminó decantándose de su lado, fue por fuerza bruta, no porque la historia la hiciera caer por su propio peso. Lo buscó con determinación, presionando la salida de balón, forzando el error de los defensores contrarios. Y lo terminó encontrando: el premio más ansiado. Del Cádiz CF, sí, y de Chris Ramos. La primera victoria de la temporada.
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