En Zaragoza, el viento sopla distinto cuando la historia se reescribe. La ciudad del Ebro, tan acostumbrada a mirar de frente al pasado, ha dado un paso hacia el futuro sin renunciar a su esencia. El Real Zaragoza ha sellado un acuerdo definitivo con Ibercaja que cambiará para siempre el nombre de sus estadios durante la próxima década. Un vínculo que no es solo económico, sino también emocional: identidad, memoria y pertenencia fundidas en un mismo latido.
A partir de ahora, el estadio modular se llamará Ibercaja Estadio. Y el templo mayor, el sueño que aún se edifica entre proyectos y promesas, pasará a conocerse como Ibercaja Romareda. El acuerdo podría alcanzar los 19 millones de euros, con una base de un millón por temporada, cifra que se duplicaría si el equipo regresa a Primera División. Más que un patrocinio, es una declaración de intenciones: la apuesta decidida por un Zaragoza grande, moderno, y ambicioso.
El cambio de ciclo también se respira en el vestuario del Zaragoza
No solo cambia el nombre de su casa, también el alma del vestuario empieza a transformarse. El club ha oficializado la despedida de varios jugadores que terminaban contrato o regresan tras cesión. Un gesto necesario para abrir la puerta a nuevas ilusiones, a un nuevo relato. Pero entre tantos adioses, una figura aún flota en la niebla de lo incierto: Lluís López. El central catalán no ha sido descartado por completo y su continuidad, aunque aún no cerrada, sigue sobre la mesa.
La renovación institucional y deportiva del Zaragoza respira esperanza, pero también responsabilidad. No se trata solo de construir un estadio, ni de firmar contratos millonarios. Se trata de devolver al zaragocismo aquello que nunca debió perder: la ilusión. El orgullo. La fe. Y ahora, con el apoyo firme de Ibercaja, el club se encamina hacia una nueva era en la que cada ladrillo y cada pase lleven el sello de una ciudad que nunca ha dejado de soñar.
